jueves, 5 de abril de 2007

Francisco Calvo Serraller. Ofrenda Pictórica

Sueños y visiones 02b. (2006) Paint jet / Dibond. 150 x 150 cm.

Ofrenda Pictórica

por

Francisco Calvo Serraller


Durante la agitada década de 1970, en la que tantas cosas se fraguaron en nuestro país no sólo de naturaleza política, surgió una nueva generación de artistas, cuya singularidad consistió en no aceptar ninguno de los presupuestos manejados entonces por quienes se erigían en portavoces de la vanguardia, ya fuera la propiamente artística, como la ideológica, tan importante ésta en una España que estaba despidiendo una dictadura de casi cuarenta años y que se aprestaba a formular su futuro de una forma radicalmente distinta. Quiero decir que estos singulares artistas emergentes en aquel crucial momento histórico rechazaron, por una parte, los presupuestos nihilistas de la vanguardia terminal, que se debatía entre el conceptual y el postminimalismo, y, por otra, se rebelaron también contra los dictados locales de un compromiso político interpretado como consignas oportunistas. En suma: que ni aceptaron el finiquito de la pintura, ni convertir el arte en un vehículo propagandístico. A partir de este peculiar enjambre de inconformistas, surgieron algunos grupos, más o menos heteróclitos, algunos de los cuales cobraron circunstancialmente el título de "movimientos", como el así llamado de la "Figuración Madrileña".

Pero no quiero seguir enredándome aquí con esta evocación de un pasado, cada vez más lejano, sino tan sólo ubicar la figura de Gonzalo Torné, tal y como la rescato de entre las sombras de mi memoria, porque fue así, en ese contexto, como ahora se me aparece, ya casi treinta años después. El comienzo público de la trayectoria de Torné se remonta, en efecto, hasta 1970, fecha de su primera exposición individual en su Jerez natal, pero yo tardaría todavía casi una década más en percibir su presencia, justo en el momento en el que se empezaban a atar los cabos de una madeja artística cuyo fulgor al principio nos deslumbró a todos. Sea como sea, desde entonces, y, sobre todo, a partir y a lo largo de esa, bien llamada por Juan Antonio Aguirre, "década multicolor", la de 1980, ya no dejé de fijarme en lo que hacía Gonzalo Torné, ya fuera de cerca o de lejos, porque hay que decir que fue entonces cuando la información artística sufrió una revolución muy positiva en nuestro país y, estuvieras donde estuvieras, recibías noticias documentadas de lo que se producía por doquier. Fue así cómo tomé conciencia de la voluntad pictórica de Torné, que rezumaba los destellos de la escuela de Guerrero y Gordillo, tomados éstos no tanto en sí, como ventanas a paisajes mucho más amplios del expresionismo abstracto o del pop.

Pero tampoco me voy a enredar ahora en la explicación retrospectiva de la evolución de Gonzalo Torné, que no paró de trabajar durante todos estos años posteriores, ahondando cada vez más y mejor en lo vernáculo, que, en su caso, tuvo siempre un componente más pictórico que folclórico. Y si no lo voy a hacer es porque, en este caso y en todos, lo que me interesa de un artista es su "permanencia", su voluntad de durar, su constante reafirmación. La duración artística tiene mérito, porque no es homogénea, sino, cada vez, más problemática y complicada. Aumentan las dudas intelectuales y los estragos corporales con el paso de los años, y, de esta manera se llega a un punto en que la insistencia adquiere el valor de un compromiso definitivo. Es entonces cuando el oficio adquiere el rango superior de experiencia, de experiencia creadora, la que desafía todo, incluida la muerte, cuya sombra fortalece la convicción de que el verdadero pintor pinta, sobre todo, porque sí. En este punto es donde se encuentra Gonzalo Torné y su obra reciente se nos ofrece como un testimonio más que como un guiño estilístico, lo cual explica que nos produzca asimismo más emoción que simple gozo.

Pero, ¿qué es lo que exactamente hace ahora Gonzalo Torné? Dicho de una forma sencilla y directa: usa la tecnología digital para pintar. Así de simple y así de complejo. Él mismo ha escrito un lúcido texto para explicar este salto del pincel al ordenador, un texto donde viene a contar que su empleo de la imagen digital reafirma paradójicamente su vocación pictórica. Tiene toda la razón, porque, con esta declaración, revalida lo que han hecho siempre todos los grandes artistas, que son sin excepción unos supervivientes. Llega un momento en que los ojos se velan, las manos tiemblan y las piernas apenas si te sostienen, pero es precisamente entonces, véanse los casos de Tiziano, Rembrandt, Manet, Monet o hasta el propio Picasso, cuando el artista no ceja y sigue trabajando con lo que tiene, aunque se le manche la nariz, los dedos embadurnados cumplan la función de los pinceles y hasta casi extienda el pigmento con la lengua: lo que sea al servicio de la revelación. Pues bien, entre eso lo que sea, hoy mismo está también la digitalización. En definitiva: que Gonzalo Torné sabe, lo ha explicado y, sobre todo, lo practica, que lo importante en Velázquez no es que pintara al óleo, sino precisamente pintar de verdad o la verdad.

Quien alcanza esta verdad, por fuerza irradia intensidad y, más que cambiar, profundiza en lo de siempre. Esto es lo que, a mi juicio, trasmite, esta obra última de Gonzalo Torné de la forma más convincente y conmovedora. La digitalización de su técnica pictórica no ha abierto, por tanto, un abismo en su trayectoria, sino que, por el contrario, ha potenciado en ella su aliento original. Sus cuadros actuales nos trasmiten, con renovada potencia, la fuerza emocionante del gesto embravecido de la pincelada automática, la trama sinuosa del febril hilado de la mente, los fragmentos icónicos que flotan en la memoria y, por encima de todo, como no podía ser menos en él, el color, ese meollo de luz que ha hecho siempre de su pintura un manifiesto deslumbrante. Si vemos este proceso desde una perspectiva cronológica, cabe apreciar en él como una progresiva decantación, que es, en realidad, precisamente una purificación-intensificación cromática, lo que añade una atmósfera muy dramática a sus obras últimas. ¿Cabe ir más lejos? Hay un momento en que la respuesta a este interrogante ya no es una declaración retórica, sino el ejercicio renovado de un don. La respuesta está en la obra que Gonzalo Torné nos ofrece y hasta que nos la siga ofreciendo. A mí sólo me queda celebrar esta maravillosa ofrenda. Y la celebro verdaderamente de corazón.

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